Haití depende de nuestras promesas

El domingo pasado visité Haití. Nunca había visto un lugar en tal grado de destrucción. Un país en donde no quedó ningún tipo de infraestructura; agua, sanidad, electricidad, escuelas u hospitales, con el 86 por ciento de la población desempleada y un millón ochocientos mil desplazados. Vi madres que perdieron a sus hijos, hijos que perdieron a sus padres, mujeres que han perdido a sus familias enteras. Vi un país que perdió casi todo, pero que aún le queda su fortaleza.

Me llevo en mis ojos estampada la mirada de hombres y mujeres que no se sienten derrotados ni vencidos. Jóvenes listos para reconstruir, esperanzados. Niños que aún sonríen y sueñan con una mejor vida. Esa fuerza es la oportunidad de esa nación, que hoy espera toda la ayuda internacional posible; que depende de nuestras promesas y de nuestra buena memoria, porque, más grave que la misma catástrofe, sería para Haití sufrir el olvido.

Me llena de optimismo, sin embargo, haberme encontrado con personas de distintos lugares, estudiantes y profesionales, anónimos o famosos, que han decidido donar su tiempo y esfuerzos para instalarse en Haití y ayudar. Sean Penn, por ejemplo, conduce, personalmente, uno de los mayores campos de refugiados. Vive desde hace casi tres meses en uno de aquellos campamentos. Duerme en una pequeña carpa, precaria, nada distinta a las de los 60.000 desplazados que allí viven mientras él logra reubicarlos. Ha conseguido gran cantidad de ayuda internacional y sigue inspirando con su trabajo diario a tanta gente que como él se ha entregado a brindar la ayuda necesaria. Marinos estadounidenses, filipinos e hindúes y tantos jóvenes voluntarios, que se han movilizado hasta la zona para unir fuerzas.

Las generaciones más nuevas absorben estos ejemplos y saben que en el mundo de hoy los problemas de un solo pueblo son los problemas del mundo entero. Mi esperanza es que, a través de la educación y de las comunicaciones, ese mensaje se difunda y sea el legado que dejemos a nuestros hijos y los hijos de sus hijos.

En mis encuentros del día en Haití entendí más que solo construyendo escuelas y hospitales la sociedad haitiana podrá recuperar su dignidad y salir adelante. Hemos recorrido posibles lugares donde levantar una escuela Pies Descalzos, donde los niños puedan recibir alimentación y educación adecuada. Nos reunimos con algunas ONG y posibles socios estratégicos para poder poner manos a la obra en los próximos meses. Empezaremos una escuela en Haití que, si tenemos suerte, podría estar terminada a fin de este año.

Pronto vendrá la temporada de huracanes y solo espero que el pueblo de Haití pueda encontrar refugio ante las inclemencias del clima y que estemos ahí para ellos. Quise compartir mi experiencia porque sé que hay mucho por hacer e individualmente podemos ser gotas de agua, pero juntos somos un océano. Eso me lo enseñó ayer un niño de 11 años, que ha visto poco pero que ya sabe tanto.

Shakira

Fuente: ElTiempo.com
Algumas Observações | Ano 17 | Textos por Fernanda Rodrigues. Tecnologia do Blogger.